Messi y los escépticos
Encerradas en sus prejuicios, en todas las épocas han existido personas que se resisten a aceptar lo evidente. Debieron pasar muchos años, incluso siglos, desde que Copérnico diera a conocer su teoría heliocéntrica en 1543 hasta que todos se convencieron de que la Tierra no era el centro del universo. Hasta hace poco tiempo, algunos todavía pensaban que afirmar que el hombre comparte antepasados con el chimpancé no era más que una herejía darwinista. Vista esta tendencia humana a recelar de lo que tiene delante de sus propios ojos, quizá debamos absolver a esos argentinos que el miércoles pasado descubrieron a Messi.
Se requirió que le hiciera tres goles a Suiza para que no pocos expresaran esta afirmación: “Ahora sí vimos al Messi del Barca”. Hay un sector del público y la prensa argentina que no aspira a ver a Messi, sino al Barcelona con la camiseta argentina: juzga y razona los partidos de Messi no por lo que realmente son, en su contexto, sino a través de una comparación improbable.
Es, de por sí, extraordinario sostener la regularidad de genio que se le exige para estar a la altura de lo que se espera de él en cada partido con el Barcelona. Sacarlo de su hábitat natural, rodearlo de otros futbolistas y otro entrenador y esperar la misma regularidad en su desempeño, como si se tratara de un jugador de ping-pong o de un ajedrecista, es solo un ejercicio optimista de la imaginación. Cargarlo luego con las expectativas de un país y señalarlo si el equipo no gana o tildarlo de desapasionado si desentona cuando canta el himno es fruto de la inmadurez de quienes viven esperando la llegada de un líder salvador que ponga nuestra desmesurada ilusión en sus espaldas y nos eleve, como por arte de magia, él solo, hasta la Copa del Mundo.
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