CRÓNICA: TENIS - Abierto de Australia
Fuego contra hielo
Nadal, apasionado en su victoria sobre Berdych, se cita en las semifinales con Federer, que esconde sus emociones en la pista
JUAN JOSÉ MATEO - Melbourne - 25/01/2012
Entre los zumbidos de las libélulas y los saltos de las cucarachas, dos pistoleros en la tropical noche de Melbourne. Rafael Nadal tumba por 6-7, 7-6, 6-4 y 6-3 al checo Tomas Berdych en un duelo vibrante que le cita en una de las semifinales del Abierto de Australia de tenis con el suizo Roger Federer.
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Ya se cumple la medianoche y el combate sigue vivo. Ruge Nadal mientras dispara un golpe ganador tras otro (57, una barbaridad). Gruñe Berdych, firme desde el fondo y patoso en la media pista, mientras hace de cada pelota un puñetazo (66, un tiroteo). Los dos compiten a pecho descubierto. Vociferan. Saltan empujados por sus entrañas. Nadal y Berdych enseñan los dientes y por las negras fauces les sale el alma. Vence el español y en las formas ya marca distancias: donde él es pasión pura, Federer, que no le gana en un torneo del Grand Slam desde 2007 (7-2 para el mallorquín), es pasión controlada. Son fuego y hielo.
"No me planteo ni jugar con una máscara ni mi expresividad. Hago lo que me sale en el momento", cuenta luego el número dos mundial, que empezó "demasiado nervioso" y acabó "brillantemente". "Este partido estaba para gestos, para animarse", prosigue; "siempre he sido así. Cada uno tiene su carácter y su forma de hacer".
En el delicado ecosistema en el que conviven los tres mejores -el suizo, el español y el serbio Novak Djokovic-, cada uno tiene su papel. Nadal bebe en su corazón. Es una llama sobre la pista, donde se le ve como es, sin maquillajes, incluso enfrentándose al juez de silla ("tú aquí no estás de espectador y sabes que esa bola ha sido mala", le dijo al de ayer por escudarse en el Ojo de Halcón en vez de decidir sobre un punto). Djokovic, que hoy (9.30, Canal+), se enfrenta a David Ferrer en los cuartos de final, vive un lento proceso de maduración. Federer, un caballero, reserva sus gritos para los puntos decisivos ("¡vamos!", grita ayer tres veces en todo su partido), transformado en un tenista gélido, hecho puro autocontrol, cuando antes fue un niño que lloraba a cada derrota, un adolescente gritón y un tenista con fama de protestón con lengua caliente.
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