jueves, 23 de febrero de 2012

UNO SE ACOSTUMBRA AL RIESGO


“Uno se acostumbra al riesgo”

Supervivientes del tren accidentado relatan la odisea diaria que supone viajar en un ferrocarril masificado y en estado de abandono

“Tomo ese tren todos los días hace tres años. ¿Y sabés qué pasa? Uno termina acostumbrándose al riesgo, hasta que le parece normal”. La frase de Claudio Speranza, un joven de 23 años que, de milagro, se ha salvado de figurar entre las víctimas del accidente sintetiza con crudeza la mezcla de peligro, abandono y precariedad que supone aventurarse a subir a los trenes del ferrocarril Sarmiento. Acostumbrados a viajar hacinados, envueltos por el calor en verano y cono a la intemperie en invierno, ayer se toparon además con la tragedia.
Speranza, había subido al tren en la localidad de Ciudadela, dos estaciones después de Moreno, donde el tren había iniciado su recorrido, a 15 kilómetros de la terminal de Once. Como casi todos los días, viajaba “colgado” del furgón. En la estación siguiente decidió bajar para cambiar de vagón, en busca de espacio. “Eso me salvó la vida, porque quedé justo atrás de los dos vagones que sufrieron el peor daño”, cuenta. Las puertas del tren permanecieron abiertas, algo que también es habitual en el Sarmiento.
Del otro lado del teléfono, a Speranza se le corta la voz. “Físicamente no tengo ningún dolor. Pero tengo un susto tremendo. Se me contagió el pánico de la gente que tenía alrededor. Me impactó mucho verlos llorar. La incertidumbre que tengo es que no sé si voy a animarme a volver a tomar un tren”, admite angustiado.
Ezequiel Dantuba tiene 42 años y es una de las decenas de personas que esperaban el tren en la estación de Once. Iba rumbo al trabajo. “Eran las 8.20 de la mañana, pleno horario pico. Estaba escuchando música de espaldas al tren cuando sentí un ruido tremendo. El tren nunca frenó. Como todos los días, sobre todo a esa hora, había muchísima gente, tanto arriba como esperando para subir”, cuenta. “Justamente por la cantidad de gente las ambulancias no daban abasto” y los empleados de la estación “cargaban a los heridos sobre tablones”, añade. “Muchas personas quedaron tendidas con la cara ensangrentada esperando para ser atendidas”.

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