DE ATAHUALPA YUPANQUI
Entre las memorias o recordaciones
que supo hacer don Atahualpa Yupanqui de su niñez y de su casita paterna
señalaba que su infancia transcurría de asombro en asombro y de revelación en
revelación. Había nacido en el medio rural de aquella pampa húmeda de suaves
ondulaciones y horizonte tan redondo como muchas de sus canciones. Era un mundo
de balidos y de relinchos, era un mundo de sonidos dulces y barbaros a la vez.
Pialadas, vuelcos, potros chucaros y yerras, ijares sangrantes, espuelas
crueles, risas abiertas y comentarios de duelos. En aquellos pagos de Pergamino
nació para sumarse a la parentela de los Chavero del lejano Loreto Santiagueño.
Sabía comentar con verdadera y atrapante conversación que le galopaban en su
sangre trescientos años de América, desde que don Diego Abad Martín Chavero
llegó para abatir quebrachos y algarrobos de donde salían puertas y columnas
para capillas e iglesias. Recordando su perentesco materno sabía comentar que
venía de Regino Haram, de Guipúzcoa (Pais Vasco) que llegó al medio de la Pampa
para levantar su casona. “Mi tata era un humilde funcionario del ferrocarril,
pero nada podía matar el gaucho nómada que había sido. En tanto a la guitarra
don Ata recuerda que le llegó y se hizo presente en su vida desde las primeras
horas de su nacimiento,…con guitarra alcanzaba el sueño” eran vidalas y cifras
que tocaban sus padres y sus tíos.
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