martes, 3 de abril de 2012

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Thatcher, libertadora argentina

Los “nazis argentinos” se habrían consolidado en el poder si la Dama de Hierro se hubiera cruzado de brazos ante la ocupación de Las Malvinas hace treinta años

La primera ministra británica, Margaret Thatcher, durante su visita sorpresa a las tropas inglesas en las islas Malvinas el año 1983. / AP
Nunca he entendido del todo por qué los argentinos jamás han reconocido la enorme deuda que tienen con Margaret Thatcher. Tendrá que llegar el día en el que algún representante del Gobierno argentino demuestre la inteligencia, la madurez y la cortesía necesarias para darle las gracias. Mientras esperamos, aprovechemos el 30º aniversario delcomienzo de la guerra de las Malvinas para explicar por qué la Dama de Hierro merece ser considerada en Argentina como la gran libertadora del siglo XX.
Viajemos 30 años para atrás. No al 2 de abril de 1982, cuando tropas argentinas “recuperaron” o, según el punto de vista, “invadieron” las Malvinas. Volvamos al día antes, al 1 de abril. Yo vivía en Buenos Aires en aquel momento. Llevaba dos años y medio allá, dos años y medio de creciente rabia y rencor hacia los asesinos en serie de la Junta Militar que gobernaba el país. En aquel 1 de abril solo había una cuestión política en Argentina: ¿cuándo iban a dejar el poder los hijos de puta de los milicos? Si a cualquier persona remotamente sensata, no asociada directamente con el Gobierno, se le hubiera preguntado en ese momento: “¿Qué es más importante hoy, que se recupere la democracia o la soberanía sobre las Malvinas?”, creo —quiero creer— que la respuesta hubiera sido la democracia.
Los generales Videla, Galtieri y compañía hicieron desaparecer a 30.000 personas durante sus más de seis años en el poder. Es decir, los secuestraban, los torturaban, los mataban y escondían sus cuerpos en fosas comunes o en el fondo del mar. A la crueldad física se agregaba la crueldad mental hacia los familiares de las víctimas. Saber que un ser querido ha muerto es mejor, o menos terrible, que aguantar años alimentando la remota esperanza de que (tras sufrir inimaginables horrores) quizá siga vivo. Lo sé. Conocí íntimamente a personas que padecieron esta precisa agonía mental.
Viví en Buenos Aires entre los tres y diez años. En el colegio juraba todos los días por la patria morir
Por eso fui a ver al embajador británico por el año 1980 a pedirle ayuda en un caso concreto de una mujer desaparecida (me dijo el embajador que el aparato represivo de los militares era como “una máquina para hacer salchichas”); por eso escribí artículos en la prensa argentina comparando el terror de la Junta Militar con el holocausto nazi; por eso, cuando las Madres de Plaza de Mayo hicieron un llamado al pueblo a acudir a la plaza a denunciar al régimen a finales de 1981, fui (éramos unos treinta manifestantes, recuerdo); y por eso también fui a la plaza un mes antes de la guerra, el gran día en el que los argentinos por fin le perdieron el miedo a los militares y más de 30.000 gritamos: “¡Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar!”.

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