domingo, 4 de diciembre de 2011
LA NEGRA TOMASA
Los colonizadores nos trajeron el romance
Los primeros españoles que arribaron a nuestras playas, no todos eran altivos señores, sino también truhanes y buscavidas. No obstante, al pisar suelo americano en plan de “conquistadores”, automáticamente pasaron a conformar la clase dominante. Constituye, por tanto, un factor insoslayable para determinar el proceso de concreción de la música de nuestro país.
La inmigración de peninsulares creció paulatinamente, estimulado por el metal precioso encontrado en los primeros años de existencia de la colonia –que bien pronto cesó de aparecer-, aunque fue escaso el poblamiento territorial. Junto a la ambición de riquezas, trajeron expresiones de canto y baile popular-tradicionales, propios en esa época y, de forma especial, un variado romancero. Este romancero español fue gestándose y creciendo durante los siglos XIII y XIV y alcanzó gran estabilidad en la mitad del XV, esplendor que conservó hasta muy entrado el XVII. El romance, forma estrófica literario-musical, trajo a Cuba sus contenidos, la épica peninsular, así como leyendas que se incorporaron al cancionero popular criollo en canciones de cuna y cantos infantiles, lo que dio lugar posteriormente a una tradición cubana.
El romance se mantuvo en Cuba con bastante persistencia hasta el primer cuarto del siglo XX, pero después fue decayendo hasta casi desaparecer. Algunos fueron muy conocidos, como el romance de Delgodina, El Juego de Isabel, Los tres alpinos, Una tarde de verano, Sube sube Catalina y tantos más, como canciones infantiles que se cantaban generalmente con un ritmo vivo, en rueda.
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