Historia épica de la guerra austral
Héctor Simeoni capturó como pocos la complejidad y el furor del conflicto con Gran Bretaña. Su libro "Malvinas Contrahistoria", ahora reeditado, es una atrapante crónica de la gesta militar. El testimonio fresco que recogió de una quincena de jóvenes oficiales ayuda a comprender el sentido de su sacrificio y es una escuela de vida.
POR NICOLAS KASANZEW
El término héroe viene de los antiguos griegos. Para ellos, se trataba de un mortal que había hecho algo que trascendía el rango normal de la experiencia humana, que dejaba detrás de sí, cuando moría, una memoria inmortal, y por lo tanto era reverenciado a la par de los dioses. Muchos de estos antiguos héroes, en la mitología helénica, fueron grandes benefactores de la humanidad. Hércules, el matador de monstruos; Esculapio, el primer médico; Dionisio, el creador de la fraternidades griegas. Pero asimismo eran llamados héroes personajes que habían cometido crímenes impensables. Edipo y Medea, por ejemplo, también eran reverenciados como dioses. Originalmente los héroes no eran necesariamente buenos, pero siempre eran sobresalientes. Ser un héroe era expandir la frontera de lo que parecía posible para un ser humano.
Actualmente es inconcebible escindir lo moral del concepto del heroísmo; sólo llamamos héroes a quienes admiramos y queremos emular. Pero la palabra sigue reteniendo esa conexión original con la posibilidad de realizar algo extraordinario.
¿Por qué necesitamos a los héroes?
Primero y principal porque nos ayudan a definir los límites de nuestras aspiraciones. Nosotros definimos nuestros ideales por los héroes que elegimos. Y nuestros ideales -cosas como el coraje, el honor, la magnanimidad- nos definen a nosotros.
Nuestros héroes son para nosotros símbolos de todas las cualidades que nos gustaría tener y todas las ambiciones que querríamos satisfacer. Una persona que elige, por ejemplo, al comando de Malvinas Horacio Losito como su héroe, va a tener un sentido muy diferente de lo que significa la excelencia humana, que aquel que escoja, digamos, al futbolista Diego Maradona. Y como los ideales a los que aspiramos influyen tanto para determinar la manera en que nos comportamos, el Estado debería tener un concreto interés en que cada persona tenga héroes reales. Sin embargo, en la Argentina, el Estado los soterra.
Cuánto mejor sería la sociedad si cada uno de nosotros, frente a los planteos y desafíos de la vida, antes de actuar nos preguntáramos: ¿Qué haría, en este caso, mi héroe? La sociedad argentina chapotea en el lodo de una resignada mediocridad porque su horizonte de posibilidades es demasiado estrecho. Y sólo los héroes pueden ayudarla a levantar más alto la vista.
Con más razón, si estos héroes aún están entre nosotros. Transcurrieron ya varias décadas desde la guerra de Malvinas que alumbró a una generación heroica, pero esos hombres siguen siendo perfectos desconocidos para la sociedad argentina. Las razones son variopintas.
LOS ARQUETIPOS
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