Saboreando la otra acera
Por: Silvia C. Carpallo | 02 de agosto de 2013
"Besé a una chica, y me gustó", es el título de una canción, y es también una de esas confesiones que surgen en una noche de chicas.
No es la primera vez que hablamos de la homo/hetero/bicuriosidad, un tema con sus detractores y sus defensores, como casi todo en esta vida. Sumándome a las opiniones de mis compañeras, hoy me adhiero a la teoría sobre la curiosidad por experimentar con alguien del mismo sexo (o del otro, en el caso de los/as gays) en algún momento de nuestra vida, y no creo ser la única.
Escena del film español "Habitación en Roma" (2010) de Julio Medem.
Si recurrimos a la sabiduría popular, esa que se transmite de madre a madre, a todos nos suena la frase "es que está en esa edad...", y no solo aplicada a la edad del pavo. La niñez y la preadolescencia ya son edades de experimentación. Suelen ser etapas en las que, además, nos relacionamos mucho más con gente de nuestro mismo sexo, y que coinciden con un momento en la vida en el que todo es un descubrimiento. Por eso no resulta raro que, a veces, los primeros sentimientos románticos, los primeros juegos, o incluso un primer beso ("por ver cómo se hace") ocurran con nuestro mejor amigo o amiga. Y nadie se escandaliza, ni le da ningún significado más allá del hecho en sí, precisamente por entender que esta es una fase de descubrimientos.
Sarah Michelle Gellar enseña a besar a Selma Blair en "Crueles Intenciones" (1999).
Pero crecemos, aprendemos, socializamos y, nos guste o no, empezamos a contaminarnos con los difíciles y confusos conceptos de bueno/malo. Así, en la adolescencia nos volvemos bastante radicales con nuestras ideas, sobre todo en lo que se refiere a juzgar al otro. Y precisamente eso nos paraliza: el miedo a ser juzgados.
Suele suceder en una etapa posterior, que muchas veces coincide con el paso por la Universidad, cuando nuestra mente vuelve a abrirse y a adquirir una nueva perspectiva. El sexo, entonces, ya no supone una gran novedad en sí mismo y de ahí que, en ocasiones, vuelvan las ganas de experimentar.
Puede ser un juego, una noche con unas copas de más, una apuesta, o incluso una etapa en la que necesitemos un poco de aire fresco, tras la frustración del primer fracaso en una relación de pareja. Pero el caso es que te encuentras en un local, en una fiesta en un piso de estudiantes, o en el propio colegio mayor, besando a alguien inesperado. Y puede que no haya tanta diferencia entre besar a un chico o a una chica, como esperabas. Con los ojos cerrados, y los prejuicios al final de la última copa, un beso es un beso.
Acariciar su cuerpo ya parece otra cosa. La piel, las curvas, la figura, el recorrido y el tacto son diferentes, pero quizás por ello más excitantes. Los movimientos resultan torpes. Pareces estar reviviendo tu primera vez y casi sonríes: nunca pensaste que pudieras desvirgarte más de una vez. Abordar sus genitales puede que sea más curioso todavía. Al fin y al cabo, quien más quien menos se ha autoexplorado, y estos son como los nuestros, pero distintos.
Y uno de los verdaderos momentos clave es el sexo oral. Esto sí que no tiene nada que ver con lo que hayas podido experimentar antes, y suele suceder que es en ese instante en el que nos damos cuenta si de verdad nos gusta o no 'el asunto'. En esto, suelo recordar uno de los consejos de toda madre en cuanto a comer frutas y verduras: “si no lo pruebas, no sabes si te gusta”. Porque puede que allí sepas si tu primer impulso hacia la negación fue acertado o si la 'fruta' en sí comienza a sorprenderte, y quién sabe si no acabas por cogerle el gusto.
Momento subido de tono entre Neve Campbell y Denise Richards en "Juegos Salvajes" (1998)
Lo que tenemos que tener claro es que esta experiencia no tiene por qué definirnos o redefinirnos en cuanto a nuestra orientación sexual. EnSexología entendemos que la orientación sexual está enmarcada dentro del denominado 'continuo de los sexos'. Por intentar explicarlo sin una pizarra a mano, digamos que es muy difícil encontrar a alguien que sea cien por cien heterosexual u homosexual, o que sea exactamente 50/50 bisexual. Todo el mundo está dentro de un continuo; es decir, puede sentirse atraído por alguien del otro sexo en 90/10 respecto del propio, o en un 60/40 (y viceversa). Por eso, aunque uno se identifique más con una orientación sexual en concreto, puede sentirse alguna vez erotizado por alguien que no responda a esa opción predominante, sin que eso tenga mayor significado.
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