Los limones salvajes de la pampa
El encarcelado Luis Bárcenas, tesorero del Partido Popular, sueña desde el calabozo unas historias tan raras como creibles. Con los únicos limones que debe soñar, deben ser los de su mujer que está afuera y puede ponerle una cornamenta como las de los caribúes.
Sueño tantas veces con esas noches estrelladas allá en Salta, los vientos húmedos del océano Atlántico...
Honrado, sobre todo, honrado, les decía. Hoy me ha contado el Luis corpóreo cómo andan las cosas por ahí afuera, que me ha parecido entender que hay unos jueces, varios fiscales, toda la policía, decenas de periódicos y millones de ciudadanos que creen que somos, por decirlo, de alguna manera, algo descuidados con el dinero de los demás, en clara contraposición con el dinero propio, al que le consentimos todo y por el que nos desvivimos, venga a regar y regar hasta que da los frutos apetecidos: esto es, unos hermosísimos 40 millones de euros, que así, como fruto, no está mal.
Ya que hablamos de frutos, quisiera recordarles que no sé a qué viene tanto lío como se ha montado. ¿Que tenemos algunas cuentas por ahí, en cierto país centroeuropeo con muchas montañas? Pues sí, claro, pero, ¿quién no tiene unas decenitas de millones ahorradas después de haber trabajado toda la vida? Si toda la vida se ha trabajado en el PP, quiero decir. Bueno, más exactamente, si durante toda la vida se ha sido gerente o tesorero del PP. Sí, lo admito, es curioso que todos los que hemos ocupado esos cargos en el PP, incluso en la troglodita AP —por lo antiguo, digo, que todos éramos unos demócratas irreprochables— somos ricos, ricos, ricos. Vamos, ricos de los que de verdad se pueden llamar ricos. ¿Qué quieren? Es que en el PP nos eligen muy bien, que somos todos muy listos y esto de hacerse con unos cuantos mazos de billetes se nos da de cine. Es verdad que algunos eran ricos de siempre, como mi colega y amigo Álvaro Lapuerta, que ya lo era cuando ocupaba asiento en las Cortes de Franco. Gran tipo. Lapuerta, digo… Bueno, no solo…
Esto de la incorporeidad me tiene un poco turbado, que advierto que pierdo el hilo con facilidad. Había comenzado a contarles lo de los frutos y luego me he perdido con las cuentas. Es que es hablarme de pasta y bueno, no sé, es como si me entrara un hormiguillo… Tiempo tendremos de hablar de esas cuentas. Y de Suiza, ese extraordinario país.
Sueño tantas veces con esas noches estrelladas allá en Salta, los vientos húmedos del océano Atlántico...
Los frutos. Estábamos con los frutos. Por ejemplo, los limones. A ver, ¿saben ustedes algo de limones? Sí, amarillos, ya. Pero, no. Me refiero al negocio de los limones, en plan empresario y terrateniente de lujo. Y es que aquí donde me ven tengo miles, millones de limoneros en Salta, Argentina, en una finca que se llama La Moraleja. Un terrenito, le dije al juez, una finquita de más de 270 kilómetros cuadrados, que mantengo con otro tesorero del PP, Ángel Sanchís. Para no aburrir: 15.000 hectáreas de maíz, soja y distintos granos. Otras 2.500 hectáreas de cítricos, sobre todo de limones, pero también tenemos otras frutas. Como melones. Y hacemos zumo, todo el zumo de limón que se bebe en Argentina y parte del extranjero. ¡Qué finca, oigan, qué belleza, que cuando me paseaba por allí a caballo, los campesinos me saludaban con cariño —¡sos grande, don Luis, sos grande!— mientras yo agitaba el sombrero en señal de afecto!
Solo les cuento esto porque La Moraleja da mucha pasta. Un chorro de pesos, de dólares, de euros. Y es que los limones son extraordinarios, que parecen sandías, y las sandías globos aerostáticos. Buenísima esa fruta, sí señor, de primera calidad. Me decía el capataz, que yo de eso no me encargo, faltaría más, que se ha llegado a procesar mil toneladas de limones y pomelos al día. Una pasada. De ahí viene parte de mis ahorros, que se lo conté a La Gaceta y lo dio en primera página con gran despliegue: “En definitiva, de toda esta documentación a la que ha tenido acceso La Gaceta, y que suma millares de folios, se deduce que la versión de Luis Bárcenas en lo que se refiere al origen de sus fondos en Suiza es veraz: se trata de negocios privados. Y en la raíz de esos negocios se haya una empresa que igualmente ha revelado nuestro periódico: La Moraleja”. Eso es periodismo serio y riguroso, datos fidedignos y respeto a la verdad…
Por eso, ya les digo, sueño tantas veces con esas noches estrelladas allá en Salta, los vientos húmedos del océano Atlántico meciendo los jacarandás, cebiles, molles, zapallos caspis, urundeles y guayabos, por no hablar de los chañares, los lapachos, los quebrachos, o el guayacán, el yuchán, el ñandubay, el vinal y, ya que estamos, hasta las palmeras como la timbó y la caranday. Allá, con un buen asado y mirando al cielo, mientras contábamos los billetes de 500, los más íntimos, incluido algún gobernador de la provincia, para qué ocultarlo, entonábamos el himno popular de la provincia, la zamba La López Pereyra y su bellísima letra: “Yo quisiera olvidarte, me es imposible mi bien, mi bien, tu imagen me persigue, tuya es mi vida y mi amor también…”. ¡Ah, qué noches salteñas, qué recuerdos!
Fue una lástima, la verdad, que Ángel Sanchís declarara después ante el juez que todo era mentira, que yo ni soy socio ni nada de La Moraleja, que nunca estuve en Salta, y que solo tuve con él un negocio de darle unos cheques en Suiza a ver si los escondíamos entre la soja y el melonar. Vamos, las cosas normales entre tesoreros del PP.
Pero no se vayan a creer que todo es mentira: los limones, dicen, son buenísimos…
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