Si anda con apuro, olvídese. Mejor rumbee para otro lado. Porque en estos lugares el tiempo no anda a las corridas. Es más, pareciera que no pasara, o al menos que pasara lento, como si se acodara junto a algún gaucho en el antiguo mostrador de madera y estaño protegido por una alta reja, entre sifones descoloridos por el polvo, botellas de aperitivo Pineral o caña Piragua, una balanza posiblemente marca El Progreso, monturas y espuelas colgadas de las vigas, faroles a gas, una radio a transistores y, acaso, algún viejo televisor con una pantalla descolorida.
Los relojes no importan mucho aquí, y menos los almanaques, excepto esos viejos que decoran las paredes de ladrillos gastados por los años, en general de Alpargatas e ilustrados por el maestro Molina Campos. Las pulperías no son para estos tiempos superficiales de pasar corriendo, sacarse una selfie y seguir viaje a las apuradas. No señor.
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