En el claustro de sexto año del Colegio Nacional de Buenos Aires todos los días de cursada de 1966, Carlos Loiseau pegaba un dibujo de un tipo en la cárcel, con traje de rayas, grilletes y una bola de acero atada a una pierna, que miraba con cara de frustración un calendario, cuyas hojas marcaban los días que faltaban para el final de la cursada. Caras de tristeza como las de ese preso dibujado, y de congoja se repitieron ayer cada vez que alguien comentó la noticia del día: se murió Carlitos, se murió Caloi. La vida del negro , del padre de Clemente y uno de los historietistas y humoristas gráficos más importantes de la Argentina, se apagó ayer, entre las 3 y las 3 y media de la madrugada, en el Instituto del Diagnóstico porteño donde se encontraba internado como consecuencia de una cáncer. No sorprendió a la familia, ni a los amigos, que esperaban el desenlace.
Hasta último momento, y con la enfermedad a cuestas, Caloi entregó sus tiras religiosamente a Clarín , donde publicaba desde 1968.
Fue un tipo precoz, desde el comienzo. Empezó antes que la mayoría y terminó demasiado pronto. Tenía 63 años.
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