Cárceles en Iberoamérica: violencia, lujo y miseria
Un motín en México y los 100 cuerpos descuartizados hallados en Colombia alertan de la emergencia de las prisiones
Muchas cárceles latinoamericanas, donde miles de presos pobres conviven hacinados con algunos de los más poderosos capos del narcotráfico, son un perfecto microcosmos de los países que las alojan. El Papa Francisco visitó la prisión de Ciudad Juárez, uno de los infiernos venidos a menos de México, en la misma semana que tuvo lugar el motín más sangriento de la historia reciente del país: el enfrentamiento entre dos líderes de la banda narco-criminal Los Zetas provocó la muerte de 49 personas en la cárcel de Topo Chico, en Monterrey, al norte de México. La mayoría de los muertos eran presos que malvivían hacinados en el infecto suelo. En cambio, el líder de una de las facciones enfrentadas disfrutaba en su habitación de «una cama gigante, pantalla de televisión de 50 pulgadas y baño de lujo», según el fiscal estatal. Además, allí estuvo con una mujer poco después del ataque.
La cárcel de Topo Chico tiene una superpoblación del 21 por ciento, un problema que se extiende por el resto de prisiones mexicanas. «En México, el 65% de las prisiones están en manos de los presos. Quienes controlan las cárceles ganan millones explotando a los pobres», apunta Elena Azaola, investigadora experta del sistema carcelario mexicano. El personal, insuficiente, recibe salarios de miseria y tienen que apoyarse en los internos con liderazgo. En Topo Chico hay un guardia por cada cien internos.
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