La misteriosa puerta en la meseta de Somuncurá
El escritor patagónico Jorge Castañeda nos acerca un relato sobre una particular construcción de piedra en la región.
Valcheta. Todo es piedra y silencio en la Meseta de Somuncurá. Sólo está el viento que sopla por los cañadones y las mesadas. Los viejos mitos caídos que recrean leyendas de otros tiempos. Las pilas de monedas como columnas de Salomón, las piedras pentagonales de los farallones, las verbenas, el coirón, el espinal aleve de los tunales, el enojo del cerro Corona que nunca deja subir al timorato que quiere escalarlo sin pedirle permiso para faltarle el respeto, la suerte dispar de los pilquineros.
Las aguas de las lagunas donde abreva la tropilla invisible del “señor de las aguas”, el rastro en los arenales de la temible “piedra rodadora” que para hacer prosperar a su dueño éste debe entregarle un familiar por año, el hábitat de la mojarra desnuda, de curiosos marsupiales, de la ranita manchada y de otras especies únicas en el mundo.
El misterio de la “piedra dueña” en Yamnagoo que aguarda como siempre las ofrendas para tener suerte en la caza del guanaco y del avestruz. Todo es silencio y grandeza en la meseta de Somuncurá.
Reino del viento y de la piedra, escala primordial del hombre patagónico, petroglifos, laberintos de grecas, hachas ceremoniales, piedras pitonisas, la figura del collón atisbando desde su escondrijo en los cerros para petrificar a su antojo y llevarse los niños al hombro, los corrales de pirca “hilachas del monte al viento y al sol”, los últimos escoriales ardidos en la soledad más sola del mundo.
Si la piedra hablara, habla en Somuncurá. “El que tiene oídos que oiga”. La “cueva de Curín”, su casa en los umbrales en el cerro, cuidador de yeguarizos, las anotaciones en su libreta negra donde registra el paso de Bairoletto, misterios sobre los misterios, anacoreta por vocación, custodio de verdades que muy pocos conocen, tiempo perdido en el tiempo, zahorí de los riscales, historias sin aedos para tramar la urdimbre de un tiempo diferente.
Alto. Uno debe detenerse. Escuchar el sonido de los “pozos que respiran”. Ver su ciclo de 36 horas en que exhalan y aspiran aire desde las entrañas de la tierra que parece no tener fondo. ¿Qué misterios encierran? ¿Qué arcanos habrá que develar en el tarot de su profundidad insondable?
Que el profano que penetre en el interior de gruta se descalce, que mire su cúpula catedralicia y observe como una gota milenaria de agua cristalina cae finísimo desde lo alto. Hontanar florido con álamos colgantes en la altura del cerro.
La mística “gotera” con su embrujo hiperbóreo, pila bautismal donde los entendidos “entenderán” para ahuecar las manos y beber su agua salutífera de vida.
¿Quién pudiera traspasar su umbral para penetrar en el misterio más arcano de todos los misterios? ¿Dónde estarán la aldaba y las fallebas de la puerta más secreta de la Patagonia? ¿A qué primordiales reinos interiores conducirá su laberinto subterráneo? ¿Llevará a una ciudad hiperbórea como Agharta y Shambalá?
Conjeturas, tiempo y tiempo, edades milenarias, huellas de un pasado remoto, signos que han perdido sus claves. Postales de Somuncurá. Donde las piedras hablan, donde se arruta el sentido de hombres y bestias, donde todo impresiona por su grandeza desmesurada, donde habla el silencio, donde las estrellas conjugan un preludio de renuevos, donde el pilquín otea curioso entre las piedras, el último confín donde el hombre patagónico puso su huella y dejó las improntas de su cultura
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