miércoles, 30 de octubre de 2019
El diácono Vincentius que resolvió el enigma del obispo
Hallada la espectacular tumba decorada de un clérigo del siglo VI que confirma la existencia de un episcopado medieval en Ciudad Real
Madrid
Si Sherlock Holmes podía, a partir de una minúscula pista, saber quién había sido el asesino, el equipo del profesor de Historia Antonio Manuel Poveda Navarro (Universidad de Alicante) y del arqueólogo José Luis Fuentes Sánchez (Universidad de Granada) ha resuelto una de las grandes incógnitas del mundo religioso visigodo gracias a haber hallado enterrado un modesto pedazo de cerámica norteafricana en el término municipal de Granátula de Calatrava (Ciudad Real): si existió o no el Obispado de Oretum, quién lo destruyó y por qué. Han demostrado con este descubrimiento que al sur de la entonces todopoderosa Toledo, en el siglo VI se alzó el muy discutido episcopado -con obispo y diácono incluidos (una especie de ayudante no secular que realizaba las labores que su superior no quería)-, y hasta han hallado el espectacular sepulcro de este último. El diácono fue inhumado, además, en un mausoleo, bajo 15 capas de protección, y rodeado de decenas de tumbas de fieles que lo adoraban. Se llamaba Aurelius Vincentius y sobrevivió 70 años, menos de los que logró perdurar el episcopado donde realizaba su labor pastoral y que fue aplastado, finalmente, por la envidiosa Toledo.
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Toledo en el siglo VI era la capital del reino visigodo y, por ende, contaba con el más poderoso obispado. En ella se celebraban los concilios que debían decidir, entre otras cuestiones, si los monarcas -y el pueblo en consecuencia- debían profesar la fe arriana o la católica. Cualquier intento de levantar un episcopado al sur de la ciudad y, por tanto, de disminuir su poder acarrearía su ira. "Cuando la diócesis de Oretum lo intentó, Toledo exigió a Roma que lo impidiese. Y lo hizo mediante dos bulas firmadas por el propio Papa", explica Antonio Manuel Poveda, uno de los directores de las excavaciones. Hasta ahí, la historia oficial.
Pero todo cambió cuando en 2005 un equipo arqueológico comenzó a excavar un hammán (baños árabes) en Granátula de Calatrava. Los baños habían sido construidos en el siglo IX sobre un anterior asentamiento visigodo. Al abrir el terreno, los expertos vieron que bajo este se distinguía un mosaico. Lo fotografiaron y lo taparon. Este pasado verano, el equipo de Poveda y Fuentes volvió a abrir el subsuelo: allí seguía la bellísima lauda elaborada con teselas y un criptograma que hacía referencia a Cristo. En la parte inferior se mostraba una inscripción: Diácono Aurelius Vincentius, muerto a los 70 años". Y al abrir la tumba bajo la lauda, el cuerpo del eclesiástico.
Así comenzó la fase deductiva de la investigación. Si había diácono, había obispo. Si había obispo, había obispado. ¿Pero en qué fechas? No quedaba constancia. En Toledo, se celebraron en aquellos tiempos los concilios II y III, en los años 527 y 589. En el primero de ellos no hay registrada la presencia de ningún supuesto "obispo de Oretum", pero sí de cuatro prelados de los que no se conoce su procedencia.
Cuando se encontró este verano la tumba de Aurelius Vincentius se descubrió que había sido recubierta, para protegerla, con 15 capas de distintos materiales, incluida una cámara de aire que fue construida con tejas y cerámica. Uno de los pequeños trozos encontrados (unos 15 centímetros) correspondía a un plato fabricado en el norte de África entre el 530 y el 570, de los conocidos como del tipo Clara D. Es decir, como muy tarde, el fragmento fue utilizado en la excavación mortuoria del fallecido entre los años 570 y 580, momento en que Aurelius era diácono y, por lo tanto, estaba a las órdenes de un obispo, el de Oretum. El enigma quedaba resuelto.
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