miércoles, 21 de abril de 2021

 


De Malvinas a la Operación Dignidad

Loco, vano y mal cristiano
Por José Martiniano Duarte
Vértice de Ideas. 508 páginas

El vínculo entre la sublevación militar de la Semana Santa de 1987 y la guerra contra el terrorismo de los años setenta es evidente. Se sabe que el acuartelamiento fue para rechazar la orden de entregar a oficiales medios y jóvenes, frente a las primeras citaciones judiciales. Menos visible es en cambio el hilo que une aquella insubordinación con la Guerra de Malvinas. Elucidar las causas profundas, motivaciones y traiciones que hay detrás de esa protesta, a la que se dio el nombre de Operación Dignidad, está en el núcleo de esta biografía de Aldo Rico escrita por el coronel (r) José Martiniano Duarte con admiración, pese a su título provocador de Loco, vano y mal cristiano.

Duarte (La Paz, Entre Ríos, 1951), que integró la Compañía de Comandos 601 durante la Guerra de Malvinas y cinco años después participó de la sublevación liderada por el teniente coronel Aldo Rico, es a la vez protagonista y testigo privilegiado de ambos acontecimientos, con acceso a numerosa información, fuentes, anécdotas y entretelones, que ayudan a iluminar cómo se llegó a esos cuatro dramáticos días y, sobre todo, quiénes eran los protagonistas.

La tesis que plantea es que la inédita ruptura de la cadena de mandos en el gobierno de Alfonsín, que había empezado mucho antes, se hizo evidente en Malvinas, donde la pérdida de confianza de la oficialidad joven en la conducción militar abrió una fisura.

Las razones de esa fisura se van desgranando con el correr de las páginas y abarcan desde fallas de previsión y planificación, hasta errores de cálculo o desinformación sobre el avance enemigo, lo que puso a los comandos ante misiones suicidas. El quiebre se dio ya en democracia, ante lo que se percibió como una traición: el intento de adjudicar a excesos de los oficiales más modernos la culpa por las aberraciones de la guerra contra la subversión.

Rico, que fue la cara visible de esa sublevación de Semana Santa contra el generalato, una protesta que abarcó a "la mayoría de los oficiales", según se afirma aquí, encarna el espíritu insumiso. Su liderazgo, que ya era legendario entre sus camaradas por su actuación en Malvinas al frente de la Compañía de Comandos 602, pero incluso mucho antes, le permite al autor narrar en torno a su figura una serie de hechos que dejaron profundas divisiones en la sociedad.

Hay un acierto en la forma de narrar este proceso. Duarte introduce al lector en medio de la acción, con Rico y su compañía en pleno vuelo hacia las islas, para luego dar un salto atrás hasta su infancia y luego volver a la contienda. La alternancia entre la aventura de los comandos en Malvinas y el desarrollo de la sublevación, ya en democracia, sostiene el ritmo narrativo y refuerza la idea de una causa-efecto. Y esto, sobre todo, porque los capítulos dedicados a contar las incursiones de los comandos en los montes Simon, Kent, Wall y el Cerro Dos Hermanas, son electrizantes.

El trabajo de recreación está muy logrado, con ricas descripciones de los escenarios y de las dificultades que imponía también la naturaleza en las islas, para lo cual Duarte volvió a visitar aquellos cerros, ríos de piedra y turbales que "desorientan con su monotonía".

Entre estos dos episodios históricos, contados en paralelo, lo que se expone es la brecha creciente de una oficialidad joven que aquí se describe como profesional y ajena a la política, que no hizo golpes de Estado pero paga las culpas, y que no ordenó la recuperación de Malvinas pero sí combatió, con  generales que todavía en democracia seguían siendo los mismos del Proceso.

Duarte ofrece una reflexión honesta, señalando ingenuidades propias y ajenas. El fondo de la cuestión, aquello que atraviesa toda esta historia, es el reproche de una generación de militares que, subraya Duarte, fue tomada como "chivo expiatorio" de toda una sociedad gracias a "una fabulación". Un relato que -añade con razón- "fue un bálsamo" para muchos, a los que les permitió aliviar sus conciencias y ahorrarse "meas culpas".

Es posible, sin embargo, preguntarse si no hay una sobreestimación de factores internos que llevaron a esa situación. Aquí los generales aparecen como traidores y autores de una maniobra "apoyada por la Coordinadora Radical", pese a que más adelante se desliza, con más realismo, que desde el gobierno -facciones de la UCR que habían simpatizado con las organizaciones armadas subversivas-, e importantes sectores de la sociedad persistía el rencor y la visión ideológica que alimentaba la sed de venganza. Fue ese gobierno el que exculpó y victimizó a los subversivos.

Esta última apreciación debería llevar a cuestionarse quién cumplió en realidad el papel de meras "comparsas" de la maniobra. Duarte admite que con el paso del tiempo, el enojo de los carapintadas contra la cúpula militar se dirigió a los partidos políticos.

No fue el único levantamiento, y el autor señala disidencias con los otros, como Monte Caseros, y también los liderados por Seineldín (Villa Martelli y el del 3 de diciembre del 90), antes de repasar el ataque a La Tablada, que permite entender la indignación de los carapintadas.

Pero, como podrá ya intuirse a esta altura, ésta es una biografía sui generis de Rico. Quizás sea más apropiado hablar del retrato de una generación de militares. Aunque es verdad que, en los últimos capítulos, donde se narra la creación del Modin y el paso de Rico por la política, el líder de aquella insubordinación vuelve a ocupar el centro de la escena. Tal vez como una forma de anticipar un regreso a la arena política.

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