Muchas venezolanas se han visto atrapadas en el llamado “sexo por supervivencia”, las más de las veces coaccionadas o porque no han encontrado una vía mejor para mantener a sus familias. EFE/Ricardo Maldonado Rozo
Muchas venezolanas se han visto atrapadas en el llamado “sexo por supervivencia”, las más de las veces coaccionadas o porque no han encontrado una vía mejor para mantener a sus familias. EFE/Ricardo Maldonado Rozo
Cuando a Adriana una “supuesta amiga” le propuso “un buen trabajo” en Colombia no sospechó de lo que su decisión de abandonar su Venezuela natal le depararía. Como ella, muchas venezolanas se han visto atrapadas en el llamado “sexo por supervivencia”, la mayoría de las veces coaccionadas o porque no han encontrado una vía mejor para mantener a sus familias.
En el caso de Adriana, la pesadilla duró tres meses y ocurrió hace dos años, pero sigue viva en su memoria. Aún recuerda cómo llegó a Colombia tras cruzar “por una trocha” porque así era más barato y las risas de quienes acudieron a recogerla junto a su amiga en Arauquita y la llevaron al que sería su lugar de trabajo.
Me preguntaron si sabía lo que iba a hacer y les dije que trabajar de ‘cantinera’”, cuenta por teléfono a Europa Press, subrayando que en Venezuela este trabajo “es diferente a prostituta”. Cuando comprendió que su amiga le había engañado rompió a llorar, pero asegura que lo más “humillante” fue cuando vio que la patrona del bar pagaba 40.000 pesos colombianos (unos 10.800 euros) por ella a la intermediaria y esta le daba parte de esa suma a su “supuesta amiga”.
En aquel bar había más mujeres como ella, obligadas a “vender su cuerpo” y a “hacer lo que la patrona mande”, sin poder hablar con nadie ni salir de allí. A algunas, recuerda, se les pasaba por la cabeza el escapar, pero “la patrona nos decía que nos matarían” y de hecho eso fue lo que ocurrió a dos de ellas mientras estuvo allí por haber robado a otras.
Mientras permaneció allí tuvo que compartir habitación con otras cuatro mujeres, “escuchando a las otras” mientras trabajaban, y tuvo que hacer lo que la pedían, “aunque no te gustara”, porque lo único que quería la patrona “era la plata”. A algunas las maltraban y golpeaban y los clientes no las pagaban. “Hacían con una lo que querían”, denuncia.
Un golpe de suerte
La suerte de Adriana cambió un día que su patrona no estaba y llegó un joven colombiano, con quien se sinceró sobre su situación y que se encontraba retenida en contra de su voluntad. Aquel joven, su actual pareja, la convenció de dar el paso y finalmente consiguieron llegar a un acuerdo con la patrona, previo pago de 30.000 pesos (unos 7.900 euros) por su libertad.