Cuando Maria Callas declinaba como artista, una vez retirada de los escenarios, alguien le preguntó quién sería, en su opinión, la cantante que recogería su testigo como la voz más sensacional de la ópera y la más delicada del repertorio lírico-dramático, una inquisición comprometida que la Callas solucionó con una respuesta clara y sin dudarlo un instante: "Only Caballé", fue lo que dijo, y desde ese momento Montserrat Caballé quedó bendecida como una diva inapelable.
Hacia el final de su vida, su prestigio personal quedó dañado por la condena a seis meses de cárcel, dictada y ratificada en 2015 por el juzgado de lo penal número 13 de Barcelona, por haber defraudado a Hacienda evitando el pago de impuestos por fijar su residencia habitual, de manera fraudulenta, en Andorra, y por la que tuvo que pagar más de 250.000 euros de multa. Pero si dejamos lo mundano a un lado, y reivindicamos lo mucho que hizo por el arte, hacía años que Caballé había sellado otro pacto, este con la eternidad. Dotada de una voz cálida, clara y potente, fue la gran estrella internacional femenina de la ópera durante dos décadas de plenitud, y una figura central en la recuperación del bel canto italiano de principios del siglo XIX, una corriente de revival que había comenzado a gestarse en los años 50 -con Maria Callas- y que ella consolidó haciendo suyos papeles esenciales como Elvira (I Puritani), Norma o Lucia di Lammermoor.
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