La bravura de Hugo Chávezalborotando alcobas rivalizó con su ferocidad en la demolición de la democracia bipartidista anterior al triunfo electoral de 1998, año en que comenzó a diluviar lencería fina sobre el ex teniente coronel de paracaidistas. El cáncer no ha doblegado las agallas políticas del candidato a la reelección presidencial, pero aquietó a un tenorio que enamoró a la Venezuela bolivariana cuando tronaba contra la burguesía nacional en la tarima de oradores. Divorciado en dos ocasiones,Casanova Chávez acude a las urnas el próximo 7 de octubre sin abdicar de la teología revolucionaria, con su hija mayor, María Gabriela, como primera dama, y persuadido de que la victoria será suya porque nadie como él atendió a los compatriotas pobres, mayoría en el padrón.
Las sesiones de quimioterapia y radioterapia redujeron los movimientos de un hombre de 58 años que fue un calavera casi a la fuerza porque, tras cuatro decenios de naftalina gubernamental, su arrolladora emergencia reventaba broches en las gradas femeninas. La cárcel y la presidencia, el poder en suma, multiplicaron por un millón el sex-appealdel llanero de Barinas, que de cadete ligaba lo justo. Veinte años después de su cuartelazo de 1992 contra el impopular Gobierno deCarlos Andrés Pérez, el mujerío oficialista aún ruge al paso del camión de campaña del ídolo. “Papi, allá”, le dice su hija, de 30 años, señalando la azotea desde la que un grupo de señoras le lanzan besos. Chávez les corresponde con la mano al corazón. El candidato aguanta los embates de la enfermedad porque se siente providencial, imprescindible, deudo de las tesis de Georgi Plejánov sobre el papel del individuo en la historia.
El candidato aguanta los embates de la enfermedad porque se siente providencial, imprescindible, deudo de las tesis de Plejánov sobre el papel del individuo en la historia
“Claro, ya no tengo 40 años”. Cuando los tenía, la lista de espera de la muchachada interesada en yacer bíblicamente con el caudillo daba varias vueltas al palacio de Miraflores, la residencia presidencial, según los alcahuetes del comandante. Uno de ellos fue Luis Pineda Castellano, su jefe de seguridad y encargado de las tercerías amorosas durante los albores de la apoteosis chavista, periodo en el que el apóstol de Simón Bolívar encandilaba prometiendo freír a los dos partidos tradicionales. La hechizada masa le pedía más aceite hirviendo, un hijo, una casa, medicinas, milagros. Pineda recogía los papelitos de las plegarias, contenía el frenético agolpamiento de bellezas y pasaba al escrutinio de las más deseables. Cuando la comitiva llegaba al púlpito del mitin “siempre había mujeres buenotas a la vista”, confesó Pineda a la periodista Berenice Gómez, que optó por colgar su testimonio en un sitio web al entrar en colisión con el exjefe de seguridad sobre los derechos de autor de un libro.
El alcahuete esperaba una señal de Chávez para arrimarse a la joven elegida por el jefe y cursarle una educada invitación, según el relato del militar retirado, que fue compañero del oficial de paracaidistas en el fallido golpe contra Pérez, gobernante de Acción Democrática (AD), socialdemócrata, cuyas políticas económicas sublevaron a la población el 28 de febrero de 1989, con más de trescientos muertos y mil heridos durante la represión del denominado Caracazo, y allanaron el camino a la fallida intentona golpista de Chávez del 2 de febrero de 1992.
“Señorita, el comandante quiere hablarle más tarde, luego de esta actividad. Aquí tiene mi número de teléfono. ¿Cómo se llama usted? Llámeme para mandarla a buscar”. El éxito del ventajista burlador era tanto que “sin temor a exagerar, de diez mujeres escogidas, ocho contestaban”. Apalabrada la cita, el celestino reservaba dos habitaciones contiguas: “Escoltaba la dama a mi habitación, salía y la dejaba sola esperando. Cuando todo estaba despejado, él entraba y yo me quedaba esperando en la suite que había alquilado para él”.
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