jueves, 16 de agosto de 2012

UN CUENTO DE CARLOS BASABE


JUSTO AL DESCUBRIR EL AMOR

         Le llamaban “El Carancho”. Unos amigos de pandilla lo habían bautizado de esa manera porque siempre estaba viendo la manera de conseguir algo sin demasiado esfuerzo. Hijo de inmigrantes que habían llegado de Centroamérica y se fueron replegando hasta donde la sociedad Catalana los pudo empujar. A fuerza de abrir los codos para hacerse un sitio, su familia se construyó una chabola en el archiconocido barrio “La Cañada Real” en las periferias de Madrid.  Este sitio según sondeos particulares ya que para los Ayuntamientos no existe, viven unas 40.000 personas de toda calidad humana. Es una pequeña ciudad ilegal totalmente y se pueden encontrar cochazos de la marca Mercedes, Puting Clubs o chalets. Muchas veces podemos adentrarnos en esas callejuelas inventadas según las necesidades y las presiones, por reportajes que llevan a cabo los reporteros de canales de televisión. Allí hay una mistura de gitanos, inmigrantes, drogadictos, gente de mal vivir, putas o escondidos de la justicia.
         Los padres de Carancho, no pudieron vencer el desprecio de muchas gentes hacia los inmigrantes y fueron retrocediendo en sus aspiraciones de poder salir adelante con su trabajo y esfuerzo familiar. De a poco y ante la falta de trabajo, o de trabajos mal pagados, en negro y sin los servicios sociales. Fueron reduciendo gastos alquilando cada vez viviendas de más baja estofa. Hay varios barrios en los alrededores de la ciudad que reúne toda esa gente que para los adinerados son solamente la escoria, sin embargo entre esa pobre gente hay muchísimas historias que pueden estremecer el corazón del más duro.
         Así fue el peregrinar de esta familia, sosteniéndose entre los tres a duras penas. Carancho había ido tomando contacto con chicos que no le daban mucho respaldo, alguna ratería por aquí, algún tirón del bolso de una abuela descuidada y de a poco va pasando el tiempo, un par de meses en este barrio, otros en otro y otras veces acudiendo a la comisaría para responder sobre preguntas molestas. Ni que decir que Carancho no pudo seguir ninguna carrera a partir de la escuela básica y obligatoria, es más, ni siquiera pudo terminar aquellos años escolares por la inestabilidad de vivir en un solo lugar. Desde niño, su corazón estaba con el que se doblaba ante la injusticia, sus proyectos siempre fueron tratar de superarse y en algún momento de la vida, formar su propia familia y ser una persona respetada.
         Ese momento no llegaba nunca porque no se le presentaban las oportunidades, pero aún haciendo pequeñas raterías para lograr aplacar sus pequeños gastos diarios, buscaba y rebuscaba fuera de los límites de su barrio un trabajo digno que le permitiera sacar a sus padres de ese infierno. Las cosas se fueron torciendo dentro de la economía Española, habíamos estado viviendo durante muchos años (Quizá) por encima de nuestras posibilidades, si es que uno le puede llamar “fuera de sus posibilidades”, salir un día a la semana a comer a un restaurante, comprarse una o dos prendas de vestir cada mes y tomarse una semana de vacaciones cada año. Ya decir que uno pretendió comprar su primera y única vivienda, quizá para los sesudos políticos de turno representa un derroche irresponsable, lo cierto es que en vez de abrirse las posibilidades de prosperar, cada día dábamos un pequeño retroceso económico. La familia de Carancho no escapó de aquella vorágine que se fue desencadenando. Cada día, encontrar un trabajo se fue convirtiendo en una utopía, encontrar un trabajo digno, remunerado y fijo, fue algo más que una bendición del cielo. De todas maneras, Carancho trató que en su infructuosa búsqueda, pudiera conocer a otros chicos de su edad adolescente en otras fronteras de aires más puros. Aquello era la pescadilla que se muerde la cola, “no encontraba trabajo porque no se podía vestir decentemente y no se vestía decentemente porque no tenía un trabajo que le ofreciera unos euros al mes. Sus padres se fueron doblando y Carancho se propuso un límite. Un día sentenció; “Para vivir mal aquí, nos vamos a nuestro País y por lo menos alguien nos alcanzará un pañuelo para secar las lágrimas”. Un fin de semana, la madre le puso todo el esmero para que las mismas ropas de siempre parecieran mejores. Carancho salió del Barrio La Cañada y deambuló por unos barrios donde jóvenes alegres se reunían en una plaza para hacer botellón, beber, charlar  y escuchar música. Lo invitaron y participó de aquella reunión que le costó un tremendo esfuerzo dejar.
Esa noche entre risas y charlas, conoció a Sandra, (una hija de inmigrantes que le pereció estupenda) Ella no se acostó indiferente ante la educación de Carancho. Ella le dio un teléfono anotado en un recorte de papel y el lo guardó como si le hubieran dado la entrada al cielo. Así fueron pasando unos fines de semana y se aprendieron a gustar mutuamente. Una noche que estaba con los conocidos del barrio donde vivía, se montó una pelea entre uno de los de su barrio con uno que había llegado a comprar un par de papelinas. Este desconocido creyó que Carancho había tomado intervención en la pelea y mirándolo le dijo que no se olvidaría de su cara. Aquello terminó y al otro día este forastero regresó con un arma escondida, compró otro par de papelinas de coca y salió caminando por la calle principal que termina en la última chabola de La Cañada. La desgracia quiso que encontrara a Carancho y lo recordara, le recriminó algo que nuestro personaje no tenía que ver en absoluto, y luego de insultarlo, Carancho y sus conocidos percibieron que sacaría un arma, alguien le puso un cuchillo en una mano a nuestro personaje, (por si acaso) y esperó lo que pudiera llegar. El forastero sacó su arma y Carancho ante una eventual diferencia de posibilidades, trató de sujetarle la mano. Así comenzó aquella desgraciada tarde noche, la que por tener que vivir en un barrio al cuál no le tenía ningún cariño, el visitante encontró la muerte a manos de un desgraciado de la vida. Al otro día y tratando de quitarse los fantasmas que le perseguían, se fue a la placita para tratar de encontrase con Sandra. Preguntó por ella a unos jóvenes que le dijeron que tal vez ese sábado no vendría. Carancho quedó desolado y se fue retirando mortificado por la música que invitaba a bailar a los reunidos. Allá a casi 50 metros, vió que llegaba Sandra totalmente acongojada y rota. Se abrazaron y ella rompió en llanto, el trató de consolarla como mejor pudo y le preguntó cual era la pena que le hacía tanto daño. “Ayer un mal nacido mató a mi hermano que sabía buscar refugio en las drogas en el barrio “La Cañada Real”.

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