La tumba de Tutankamón ha estado al borde de la asfixia por millones de turistas. La acumulación de polvo levantado por el calzado y la humedad procedente de su respiración han puesto contra las cuerdas la conservación de las pinturas
Un nuevo sistema de ventilación promete ahora evitar su deterioro, pero no ha acabado con el debate sobre si limitar la visita a 25 personas diarias o incluso cerrar la cámara al público
«Al principio no podía ver nada. El aire caliente escapaba de la cámara agitando la llama de la vela... pero cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, los detalles de la habitación emergieron lentamente de la niebla: animales extraños, estatuas y oro...», escribió Howard Carter sobre aquel día de finales de noviembre de 1922 cuando derribó la puerta tapiada y vislumbró el tesoro que albergaba la tumba de Tutankamón. Una pequeña sepultura de 109 metros cuadrados que, salvo algún leve y remoto intento de profanación, había permanecido sellada durante 3.300 años.
Lo que fue ajeno al ojo humano durante milenios, tal y como persiguió el celo de quienes lo sepultaron, ha sido hollado hasta la extenuación desde un hallazgo que inauguró el furor sin disimulo por la Egiptología. Durante el último siglo, millones de peregrinos han descendido por el angosto pasadizo de la KV62 en busca del otrora descanso eterno del faraón niño (1332-1323 a.C.), una oquedad de cuatro estancias huérfanas de los más de 5.000 objetos que una vez se amontonaron por doquier. El intenso trajín ha asfixiado el páramo funerario de Tutankamón, la atracción más mediática de las decenas de tumbas que habitan las entrañas escarpadas y desérticas del Valle de los Reyes, en la sureña Luxor, a 600 kilómetros de El Cairo. Un ahogo literal y persistente que ha cimbreado su débil esqueleto.
«Imagina. La tumba estuvo sellada más de tres milenios y se abrió de repente. Fue un choque monumental. Y desde entonces los visitantes la han explorado. Todo el que viene al Valle de los Reyes quiere verla», relata a PapelNeville Agnew, director de proyectos del Getty Conservation Institute. Una treintena de científicos de la institución estadounidense, con sede en Los Ángeles, ha trabajado durante la última década en una operación de rescate que acaba de concluir. Arqueólogos, conservadores, biólogos, ingenieros o arquitectos han integrado la unidad que ha auscultado al paciente, detectado sus múltiples lesiones y buscado remedio. «Había cierto consenso sobre el motivo del rápido deterioro de la tumba. El gran número de visitantes durante estos casi 100 años y, muy especialmente durante las últimas décadas, había causado serios daños en la inestabilidad de las pinturas y las condiciones ambientales por la acumulación de polvo o la humedad».
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