La vida en Río de Janeiro es lo que acontece entre carnaval y carnaval. Aunque el calendario brasileño tiene diversas fiestas señaladas, ninguna como la que antecede a la Cuaresma
Los orígenes del Carnaval de Río se remontan al siglo XVIII, pero fue bien entrado el 1800 cuando se sofisticó -dicen que gracias a la esposa del embajador de Italia- con disfraces, música y bailes, que hicieron suyos todos los cariocas, sin excepción.
El Carnaval en Río tiene mucho de cultura, pero también de cachondeo. Oficialmente arranca -este año el viernes 1 de marzo- con la coronación del rey Momo por parte del gobernador de la ciudad y termina el Miércoles de Ceniza. Oficiosamente, la fiesta comienza con un pre-carnaval para calentar motores, aunque el carioca lo viene anhelando ya desde el 1 de enero tras darlo todo en el Reveillon (su Nochevieja).
Durante varios días las escuelas de samba -herederas del ritmo de los esclavos- muestran uno de los espectáculos más extravagantes y eufóricos del mundo. Con sus carrozas y disfraces imposibles, desfilan por la pasarela de 700 metros del sambódromo diseñado por Oscar Niemeyer e inaugurado en 1984. Primero, lo hacen las escuelas de menor categoría (viernes y sábado), después las del grupo especial que son las 12 mejores de Río (domingo y lunes), y finalmente los niños (miércoles) y los campeones (sábado), elegidos el Miércoles de Ceniza.
Los precios de las entradas varían según el día y el emplazamiento, desde las tribunas más populares (y económicas) sin numerar, pasando por las llamadas frisas -a pie de pista y por tanto, según muchos, con la mejor vista- hasta los camarotes, una suerte de palco del Bernabéu, pero a lo grande. Porque en Río, como en Brasil, todo es a lo grande: desde la alegría hasta las desigualdades.
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