En estos meses ni Scioli, ni Macri ni Massa lograron enamorar a las mayorías de manera contundente. Tal vez, una buena señal. Señal de madurez del electorado que no se encegueció con la primera luz que se le cruzó en el camino. Y por eso el país se dispone a estrenar el balotaje.
Scioli lleva la peor parte; se subió convencido al carro de Cristina, creyendo que ella era el ícono imprescindible. Grave error político. Ahora deberá hacerse cargo de cómo recomponer la sangría que sufrían en la provincia de Buenos Aires, ese bastión que el PJ cercó como una estancia desde 1987.
Aníbal Fernández no quemó un cajón como Herminio Iglesias. Quemó cien cajones en su carrera política y ayer pagó el precio: un famosos chef de la televisión le arrebataba nada menos que su propio distrito, la intendencia de Quilmes, y María Eugenia Vidal lo paseaba a sopapos por La Plata, Bahía Blanca, Mar del Plata y hasta en varios distritos del conurbano. No eran pocos los que disfrutaban.
También deberá hacerse cargo de su mochila Cristina Kirchner, que apuntó con un dedo sabio a Aníbal Fernández de la misma forma en que había apuntado a Amado Boudou como vicepresidente en 2011. Y así le fue.
Por todo eso, hoy, a la hora del desayuno, el peronismo ya estará repartiendo las facturas.
Capítulo aparte merece el futuro de Cristina Kirchner. El 10 de diciembre no sólo entregará la banda y el bastón. Entregará también la chequera y el látigo con los que logró sostener su poder durante todo este tiempo. Los mismos atributos que tuvo que entregar Carlos Menem aquel 10 de diciembre de 1999, cuando empezó a recorrer el principio del fin de su carrera política.
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