Cuando Aldi Novel Adilang descubrió el pasado 14 de julio que su balsa se encontraba a merced de la corriente marina, tras perder el amarre que la unía a otra plataforma mayor en mitad del océano, hizo un recuento de sus pertenencias: una pequeña cantidad de comida, una cocina portátil, una lámpara, un walkie-talkie, y una biblia.
El chaval de 19 años se desempeñaba como guardián de una de las habituales estructuras flotantes que usan los indonesios para pescar en alta mar -las llaman Rompong-, un sufrido empleo que le obligaba a pasar periodos de 6 meses aislado, a más de 125 kilómetros de la costa de su país, y con un único contacto semanal con la persona que se acercaba hasta su emplazamiento para recoger el pescado y dejarle algunas provisiones.
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