LOS KIRCHNER Y LA FRAGATA LIBERTAD
De pretender quemarla a regalarla
"Si es por mí, quemala...", soltó en su momento Néstor ante el entonces embajador Carlos Bettini sobre la nave insignia de nuestra Armada. Hoy, su mujer quiere regalarla.
La presidente la quiere regalar. Néstor Kirchner la quería quemar. En ese aspecto, la misma aversión que siente por "lo militar" en general, y por la Fragata Libertad en particular, el matrimonio constituye, o constituyó hasta la muerte del ex presidente, una sola unidad de pensamiento. Y de acción.
Muy suelta de cuerpo, siempre atenta al aplauso fácil que le llega desde la claque oficial, Cristina Fernández dijo el lunes que el gobierno de Ghana y los fondos buitres "se pueden quedar con la Fragata", pero que no se quedarán "con la dignidad de los argentinos".
Como si abandonar a su suerte al buque insignia de la Armada en un ignoto puerto africano no fuese en sí mismo un acto de indignidad. De indignidad para el país mismo, pero también para los 300 marineros que por estas horas sienten como un desgarro que se los obligue a abandonar su barco para proveerle de esa manera a su comandante en jefe apenas un dudoso gesto mediático de aún más dudoso rédito político.
Pero así es Cristina Fernández, más si se trata de la Fragata Libertad. Una nave con mucha historia a la que ella jamás mandó a un ministro, ni siquiera a un secretario de Estado, a despedirla al partir a un nuevo viaje de estudios, o a recibirla en el puerto de Buenos Aires al regresar de esa travesía.