Jordi Pujol, el repudiado
Militantes de Convergència afirman estar de “luto” por la confesión del expresidente y creen que dañará al partido más de lo que admite la dirección
MIQUEL NOGUER Barcelona 17 AGO 2014 - 16:18 CEST2673
“No puedo ni salir de casa”, reconoció hace unos días Jordi Pujol en una llamada a Manuel Cuyàs, el veterano periodista que años atrás le ayudó a publicar sus memorias. Desde que hace 20 días confesó haber tenido durante más de tres décadas una fortuna en el extranjero sin declararla a Hacienda, el expresidente de la Generalitat vive recluido en el Pirineo catalán. Su única compañía es la de su mujer, Marta Ferrusola, y las visitas esporádicas de algunos hijos, que le han abierto las puertas de sus respectivas segundas residencias.
El gran ausente en Prada de Conflent
CLARA GIL
La 46ª edición de la Universidad Catalana d’Estiu (UCE) arranca hoy marcada por la ausencia del expresidente de la Generalitat Jordi Pujol, que excusó el 16 julio su asistencia a este simposio académico que se celebra cada año en Prada de Conflent (Francia). Pujol canceló su presencia nueve días antes de emitir —el 25 de julio— el comunicado en el que confesó que tenía una fortuna sin regularizar en el extranjero, y en plena vorágine de cómo gestionar un asunto que ya había trascendido a la prensa.
Fiel a la Universitat Catalana, un foro independentista por el que suelen desfilar todos los veranos numerosos dirigentes políticos catalanes, Pujol tenía previsto en su agenda participar en dos actos. El primero era una conferencia, dentro del ciclo 2014, año cero, titulada De dónde venimos ; el segundo, un acto sobre el papel que la inmigración extracomunitaria juega en el proceso soberanista, coincidiendo con los 50 años de la publicación de Els altres catalans (Los otros catalanes), de Francesc Candel.
Tras la explosión secesionista, la UCE se ha erigido en un foro donde cada verano se pulsa el estado de forma del soberanismo. La edición de este año está marcada por el referéndum que el presidente catalán, Artur Mas, quiere celebrar el 9 de noviembre, y por dos efemérides: los 300 años de la caída de Barcelona en la Guerra de Sucesión y el centenario de la Mancomunitat, la primera institución catalana de autogobierno tras aquella derrota de 1714.
El consejero de Cultura, Ferran Mascarell, inaugura hoy esta tradicional cita académica en la que participarán, entre otros, el número dos de Convergència, Josep Rull; Carme Forcadell, presidenta de la Asamblea Nacional Catalana (la entidad privada que convoca las movilizaciones de la Diada) y diputados de todos los partidos favorables a la consulta, como Dolors Camats (ICV) y David Fernández (CUP).
En Queralbs (Girona), donde se le ha visto los últimos 10 días, no es que no pueda salir de casa. Sale y lo hace cada día, pero choca con miradas turbadas e incómodas de los vecinos de un pueblo de apenas 200 habitantes que siempre se habían enorgullecido de compartir charlas veraniegas con el político catalán más destacado desde el franquismo. Muchos de estos vecinos, como las bases de CiU, “pujolistas de toda la vida”, aún se recuperan del “choque”. “Están tocados, más de lo que se preveía en un principio”, explica Cuyàs quien cree que ni el propio Pujol calculó bien el nivel de ira que generaría su confesión.
El president está hundido, dicen en Queralbs. Tiene cara de asustado. Y su mujer más, si cabe. Ella apenas contiene los nervios en público. El estado de ánimo de los Pujol va acorde con el que presentan las bases del partido, que ven al expresidente como mucho más que el fundador de Convergència Democràtica de Catalunya. “Nunca había hablado tanto de política como estos días”, admite Carles Banús, militante de Convergència desde hace 15 años y hoy alcalde de Tavèrnoles (300 habitantes).
Banús, ingeniero de 41 años, siempre se ha identificado con el ideario de Pujol porque entiende que va mucho más allá del de un político convencional. “Era mi referente, he leído sus memorias, ha hecho mucho por Cataluña y ahora aparece una mancha que, como mínimo, enturbia todo su discurso moral”, afirma. Reconoce que aún no ha evaluado hasta qué punto la confesión del patriarca puede invalidar su herencia política. Solo tiene clara una cosa: “Hablo con muchos convergentes de toda la vida y están de duelo”.
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